Giorgio Antonucci
es médico y una referencia en Italia por su crítica a los fundamentos
de la psiquiatría. Después de trabajar en Gorizia con Franco Basaglia,
desmanteló los hospitales psiquiátricos Osservanza y Luigi Lolli en
Imola, devolviendo la libertad a los internados. Sigue activo en
Florencia, ocupándose de poner en libertad a personas encerradas en
centros psiquiátricos. En 2005 recibió en Los Ángeles el premio Thomas
Szasz, en homenaje a uno de los referentes de la antipsiquiatría.
La fiesta es un extracto de la entrevista que la escritora
italiana Dacia Maraini realizó en 1978 a Giorgio Antonucci, entonces
responsable de tres pabellones del hospital psiquiátrico de Imola. En
cinco años de trabajo Giorgio Antonucci devolvió la libertad a los
internados, eliminando cualquier método de coerción. Algunos meses antes
de la entrevista había sido promulgada la Ley 180 (conocida como ‘Ley
Basaglia’), a la que se hace referencia en el texto. El lugar de ‘La
fiesta’ es el pabellón de las antes llamadas mujeres agitadas.
«Giorgio
Antonucci no tiene nada del médico tradicional, atareado, autoritario,
sin entusiasmo que solemos conocer. Su rostro triste expresa una dulzura
suave, aguda, casi dolorosa. Sus ojos están llenos de una tímida y
absorta atención»
Dacia Maraini
Es un sábado frío. La nieve amontonada al borde de la carretera se
derrite lentamente chorreando agua negra. Imola está a tres grados bajo
cero. Las ruedas del coche resbalan sobre una capa de escarcha helada.
Pregunto por el hospital de La Scaletta. Me indican un muro alto tras el
cual se levantan unos bloques amarillos. Pregunto por el pabellón 10.
Está allí, me dicen. Tomo un camino corto y ancho bordeado por grandes
castaños de Indias y aparco al lado de un autobús celeste.
Una vez abierta la puerta del pabellón me
encuentro en una sala larga y estrecha abarrotada de gente. Al fondo
bajo un fresco de mares undosos en los que navegan barcos con velas
rojas, están los chicos de L’Aquila que han venido para tocar. Entre la
orquesta y la puerta muchas sillas con muchos ingresados, mujeres y
hombres. La fiesta la han organizado ellos, con la ayuda del doctor
Antonucci y de los enfermeros.
Una mujer vestida de amarillo y lila me abraza y
me besa en ambas mejillas. Otra mujer delgada, sin dientes, el pelo
desgreñado, los ojos resplandecientes, una sonrisa triste, se sienta a
mi lado y me explica, con gestos y palabras confusas pero llenas de
entusiasmo, lo que soñó la noche anterior. La música de Mozart con su
armonía explosiva dilata el espacio, penetra estos rostros contraídos
marcados por las torturas transformando la fealdad en belleza, se vuelve
placer líquido y delicado.
Los chicos de la orquesta con sus barbas, sus
tejanos, su pelo largo tocan blandiendo impetuosamente los cuernos, los
violonchelos, los oboes. Algunos de los ingresados empiezan a bailar.
Otros escuchan boquiabiertos, dejándose mecer por la maravilla de
aquellas notas. Una mujer me invita a bailar. Es baja, robusta, el pelo
negro e híspido le rodea el rostro de rasgos marcados. Le faltan los
dientes delanteros, como a muchas otras; tiene ojos brillantes, una
expresión de hilaridad obstinada que la hacen infantil a pesar de sus
años.
Bailamos como dos osos, en un abrazo torpe y
pesado. Más tarde me enteraría de que esta mujer estuvo atada por años, y
cuando el pabellón era cerrado no conseguía hablar, comer sola, escupía
a cualquiera que se le acercara, rechazaba la ropa y los zapatos. Ahora
baila, habla, come, camina como una persona cualquiera.
Nadie había pensado en muchos años que
precisamente en el acto de escupir se encontraba el signo de su
integridad: en vez de convertirse en un vegetal como querían los
médicos, se obstinaba en protestar, de la única manera todavía posible,
contra la reclusión. Sometida a electrochoque (recibió más de
cincuenta), atiborrada de psicofármacos, atada de pies y manos con una
mordaza en la boca, era objetivamente una “idiota”. Ahora ha vuelto a
ser una persona inteligente.
Pasa una enfermera con una bandeja repleta de
pastas. Los ojos ávidos de los ingresados miran fijamente los
pastelillos. Como para todos los recluidos la comida se ha vuelto
sagrada: en la comida buscan cariño, satisfacción sexual, magia. La
comida, sobre todo los dulces, recuerdan al recluido que su cuerpo
existe también para sentir placer, que su barriga no es sólo un saco en
el que se meten las sopas y las medicinas para sobrevivir, sino también
un sitio donde dejar deslizar algo completamente inútil, incluso dañino,
¡pero tan caprichoso, tierno y delicioso! Un ingresado que estaba a
punto de salir vuelve atrás, deja religiosamente su chaqueta en una
silla y espera con paciencia que la bandeja llegue a él. Una mujer se
seca la boca con una atención meticulosa, deja el vaso de papel lleno de
naranjada debajo de la silla, se inclina hacia delante lista para
recibir su parte.
A menudo son los médicos quienes crean al enfermo
Piero Colacicchi, uno de los artistas que
colaboran con el doctor Antonucci, me pregunta si quiero dar una vuelta
por los demás pabellones. Le digo que sí. Salimos al frío de un
crepúsculo celeste y plateado. Caminamos a través de castaños de Indias,
tilos, acacias perfumadas entre los edificios todos iguales del ex
hospital psiquiátrico. Muchas ventanas están iluminadas. Tras las
ventanas se vislumbran unos rostros blancos, atónitos. Llamamos a una
puerta. Nos abre una enfermera con un gran manojo de llaves en la
cintura. En la sala hay unas cuarenta mujeres encerradas en batas grises
todas iguales. Nos asalta un hedor a desinfectante mezclado con comida
ordinaria y sudor que marea. Tres enfermeras robustas, prácticas, llenas
de sensatez y alegría nos enseñan el dormitorio con las camas
perfectamente limpias, alineadas una al lado de la otra, el refectorio
con las mesas con manteles de plástico de cuadros.
Aquí duermen, aquí comen, aquí descansan. Tres
grandes salas en las que conviven cuarenta y cinco mujeres de todas las
edades. Los aseos son cuatro, los cuartos de baño dos, los lavabos seis.
La puerta de entrada está cerrada con llave. Las ventanas están
enrejadas. La diferencia con los pabellones abiertos es palpable. Allí
los ingresados se sienten dueños de sí mismos, aquí son propiedad de las
personas que los controlan y castigan. Allí van vestidos de todos los
colores con ropa que han elegido ellos; aquí llevan uniformes que
mortifican sus cuerpos y hacen que parezcan todos iguales. Allí se les
escucha como personas que han tenido dificultades con el ambiente en el
que vivían pero no por eso han perdido la capacidad de entender y
sentir: aquí se les trata con la afabilidad paternalista de quien decide
por ellos, actúa por ellos, piensa por ellos.
Las enfermeras no pueden no hacer lo que los
médicos les dicen que hagan. Su personalidad emerge clandestinamente en
las relaciones personales con las hospitalizadas, y se trata de
relaciones hechas de crueldad y dulzura como todas las relaciones no
libres. Ellas con gusto se vuelven madres a veces muy tiernas y
cordiales, a veces violentas y sádicas. No pueden, porque no están
autorizadas y nadie se lo ha enseñado, tener una relación de igual a
igual. En otro pabellón cerrado únicamente de hombres noto que el
movimiento ocurre siguiendo líneas horizontales. Las mujeres dan vueltas
en círculos, los hombres andan arriba y abajo trazando paralelas en el
suelo desgastado.
Un chico me enseña una caja de cartón en la que
guarda su secreto. Quiere que toque la caja pero no debo abrirla. Sus
orejas son como dos rizos de carne. Es sordo y mudo. Y mira con dos ojos
dolorosos y lejanos. Otro se presenta cometido, saluda, se arregla el
pelo, dice algunas frases ceremoniosas, vuelve a saludar, se aleja.
Tienen algo espectral, apagado que, ahora lo entiendo, es debido sobre
todo a los psicofármacos. Pasamos del pabellón masculino cerrado al
pabellón abierto. La atmósfera es enseguida distinta: caos, voces,
desorden, colores.
Los enfermos mentales no existen y la psiquiatría tiene que ser eliminada. Los médicos deberían estar para curar las enfermedades del cuerpo
Se nos acerca un hombre medio desnudo que se
mueve a cuatro patas. El peso del cuerpo se apoya todo en las dos manos
gruesas y callosas. Los hombros son de luchador; las piernas,
atrofiadas, blandas y raquíticas, cuelgan sin fuerza. Este hombre ha
permanecido encerrado y atado desde que tenía ocho años. Hoy tiene
cuarenta y hace poco que está libre de moverse come quiera. Mira a su
alrededor adusto y resuelto; el candor le ilumina las mejillas. En su
mirada hay el recuerdo inquietante de quien fue obligado a convertirse
en mono para sobrevivir. Volvemos a la fiesta en el pabellón abierto de
las mujeres. Ahora muchos de los ingresados charlan con los de la
orquesta apiñándose en torno a los instrumentos, rozándolos,
probándolos. La mayoría de las sillas están vacías. Hay vasos de papel
desparramados por el suelo. Hay una atmósfera de excitación lánguida de
final de fiesta, un calor difuso que empaña los cristales e ilumina las
mejillas de los ingresados.
Antes de irnos, ya es hora de cenar, visitamos
el dormitorio donde algunas mujeres han permanecido en la cama porque
enfermas. Nos acogen con bromas, alegremente, excepto una que sufre
dolores de barriga agudos y gime en voz baja, en su rincón. Las paredes
están cubiertas de grabados coloreados, dibujos, flores, estrellas. Una
chica en bata va y viene trayendo dulces.
Mientras los chicos del Grupo de Cámara de
L’Aquila guardan sus instrumentos y los pintores que colaboran en las
iniciativas culturales (entre los cuales Luca Bramanti, quien ha pintado
muchos de los frescos aquí) se preparan para regresar a casa, hago
algunas preguntas a Antonucci. Primero le pregunto por qué, visto el
buen resultado que él ha conseguido, no se hace lo mismo en los demás
pabellones.
“Ante todo porque cuesta mucho esfuerzo
—contesta Antonucci con su voz quieta, dulce— han sido necesarios cinco
años de trabajo muy duro para devolver la confianza a estas mujeres;
cinco años de conversaciones, de presencia también nocturna, de relación
personal. Pero no se trata de una técnica, sino de una manera diferente
de considerar las relaciones humanas”. “¿En qué consiste este método
nuevo con respecto a los denominados enfermos psíquicos?”
“Para mí significa que los enfermos mentales no
existen y la psiquiatría tiene que ser completamente eliminada. Los
médicos deberían estar presentes sólo para curar las enfermedades del
cuerpo. Históricamente aquí la psiquiatría nació en el momento en que la
sociedad se organizaba de una forma cada vez más rígida, y necesitaba
grandes desplazamientos de mano de obra. Durante estas deportaciones
hechas en condiciones difíciles, hostiles, muchas personas quedaban
trastornadas, confusas, ya no producían bien, pues era necesario
apartarlas. Rosa Luxemburg dice: “Con la acumulación del capital y el
desplazamiento de las personas se ensanchan los guetos del
proletariado”. En el siglo XVII en Francia cuando se forma la monarquía
absoluta (el Estado), los manicomios eran llamados “lugares de hospedaje
para personas pobres que molestan a la comunidad”.
La psiquiatría vino más tarde como cobertura
ideológica. En el tratado de psiquiatría de Bleuler, quien es el
inventor del término esquizofrenia, se dice que esquizofrénicos
son aquellos que sufren de depresiones, que se inmovilizan o dan
vueltas por el patio de manera obsesiva. ¿Pero qué más podían hacer así
recluidos? Finalmente Bleuler termina, sin querer, cómicamente: “Son tan
raros que a veces se parecen a nosotros”. “Pues tú dices que la
enfermedad mental no existe y que existen conflictos sociales ante los
cuales algunas personas más frágiles o más oprimidas sucumben.”
“A menudo son los médicos quienes crean al
enfermo. Te pongo un ejemplo que me ha ocurrido recientemente en
Florencia. Un niño zurdo es regañado por la maestra porque “diferente” a
los demás. El maestro de música señala que el alumno no marca bien el
compás. El niño empieza a sentirse inferior a los demás, se niega ir a
la escuela. La madre habla de ello con la maestra quien le dice: “Su
hijo es anormal, llévelo al médico” y la envía al centro de salud
mental. Allí un psiquiatra le dice que su hijo presenta un trastorno de
“lateralidad”, hay que curarlo. Por casualidad en ese momento me
contactan. Digo a la madre que el niño está perfectamente sano y tiene
el derecho de escribir con la mano que prefiera. Entonces ella habla con
la maestra y finalmente defiende los derechos del niño”.
“¿Era un niño rico o pobre?” “Ese es el punto:
el niño era de una familia que no cuenta y los profesores tenían una
actitud de discriminación social. Te pongo otro ejemplo: una mujer
casada con un obrero, tiene dos niños, es ama de casa, no se lleva bien
con el marido, empieza a sufrir de insomnio, sentirse agobiada, tener
miedo. Se encuentra mal, adelgaza, está nerviosa. El médico le aconseja
ir al centro de salud mental. Ella se niega a tomar los psicofármacos
que le proponen; entonces la envían al hospital donde está obligada a
tomar los psicofármacos a la fuerza. El tratamiento sanitario es una
violencia que no sirve para nada”.
En mis pabellones eliminé hace tiempo tanto los psicofármacos como la contención. Aquí, si dos se pelean, los dejamos pelear
“¿En La Scaletta se sigue usando el
electrochoque?”. “Ya no. Desde que Cotti llegó como director el
electrochoque ha sido eliminado, así como otras formas de tortura
evidentes”. “¿Y los psicofármacos y la cama de contención?”. “Los
psicofármacos todavía se usan profusamente. Respecto a la cama de
contención, si el ingresado no molesta se lo deja solo pero si molesta,
lo atan. En mis pabellones (son tres) eliminé hace tiempo tanto los
psicofármacos como la contención. Aquí, si dos se pelean, los dejamos
pelear. En mis diez años de trabajo nunca he autorizado una
hospitalización forzosa, para mí la hospitalización forzosa es una
deportación”. “Y la nueva ley, ¿cómo ha cambiado las cosas aquí?”.
“Ante la ley ahora se producen tres situaciones
diferentes: la primera afecta a las personas que ya están en las
instituciones psiquiátricas, los hospitalizados de larga estancia; hacia
ellos la ley permite el uso de los métodos represivos antiguos (en casi
todas partes todavía se usan electrochoque, corsés, detención y
psicofármacos); la segunda afecta a las personas protagonistas de
conflictos en el territorio, para las cuales la ley admite el uso de
psicofármacos para volverlas inofensivas (como las chicas a las que
atiborran de tranquilizantes para que no salgan por la noche o para que
no se droguen, o no hagan sexo); la tercera afecta a las personas a las
que no se consigue controlar con los psicofármacos, para las cuales la
ley prevé el envío al hospital donde serán sometidas al tratamiento
sanitario obligatorio. En todos los casos la línea del método
psiquiátrico es la de mantener a las personas sumisas bajo control”.
“En tu opinión, ¿cuál es la alternativa?” “La
alternativa consiste en la identificación de los derechos individuales
de las personas en la situación social e histórica en la que viven y en
la obtención del consenso y la participación activa de la comunidad a
través de las juntas de barrio, los comités de empresa, las escuelas”.
“En conclusión, ¿estás de acuerdo con Pirella cuando dice que ‘hace
falta adoptar iniciativas precisas para la formación profesional de los
ingresados, es preciso garantizar su derecho a tener una casa’?” “Claro
que estoy de acuerdo. Pero me parece que el discurso de Pirella no queda
del todo claro. Me parece entender que él en cualquier caso quiere
mantener un cierto tipo de asistencia psiquiátrica. Mientras que yo
quiero abolirla completamente”.
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Wayward Wandering, traductor de esta conversación y teórico de la arquitectura, está organizando el proyecto Espacio e ideas,
para analizar la naturaleza de los espacios metropolitanos. El primer
espacio considerado es el manicomio. La primera fase del proyecto
consiste en la edición y subtitulación en castellano del vídeo grabado
durante la entrevista con Giorgio Antonucci cuya, síntesis fue publicada
por Periódico Diagonal y CTXT y en la escritura de artículos
sobre el tema. Seguirá la traducción al castellano de algunos libros de
Giorgio Antonucci. Para contribuir al crowdfunding para la realización
del vídeo —completamente autofinanciado— puedes donar aquí.
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